CALAVERAS Y DIABLITOS
Por. LCFB
En sus hombros, muchas personas deban cargar un personaje.
En estos días donde nuestras figuras del Olimpo sufren con
cada competencia y el anhelo de traer medallas a nuestro país se esfuma, estos virtuosos
recuerdan que también son frágiles y que al regresar la Tierra los espera.
Hoy vivimos esa crisis de personajes, pero no solo en el
deporte y si en todos los ámbitos que nos rodean en nuestra cotidianidad y aquí
resaltamos los de la política.
Hay un personaje que hace mucho dejó de reflejar con su
figura ese respeto que merece la banda presidencial, que conforme pasan los
días su imagen se diluye y deja ver cada vez más al humano, ese que esta
carente de inteligencia, de poder de decisión y que se pierde ante el número de
guiones que sus asesores le arman para salir al día a día.
Entonces un día pide perdón y al otro también, todo porque
quien lo secunda en la trama, el otro gran personaje, le juega mal y aparece
con otro “nido”, con lo que se vulnera a sí misma y muestra con ello, que no
tiene argumentos para la interpretación que se le encomendó en este sexenio y
la deja en su condición más natural: una actriz común y corriente.
En otros escenarios, más personajes asumen hoy un rol de
aspirantes-gobernantes, van de un lado a otro sonriendo, bajando del pedestal,
saludando a “su gente”, visitando otros estados, se ponen botargas de grandes
políticos, de estadistas, de doctores, de ciudadanos, de mujeres fuertes, todo
porque el personaje que construyen debe ser uno a la medida de la percepción de
la gente, y al día varios de ellos o ellas muestran que ya aprendieron a mutar
en cuestión de horas o minutos.
Otros, siguen con un papel ligado al deporte, repitiendo su
historia de gloria, esos minutos que cambiaron su vida, y es válido, siempre y
cuando no revuelvan los contextos, porque eso equivale a actuar en dos
películas diferentes. Una con la que ganó todo y otra en donde la historia se
parece a un filme de vaqueros: balazos, muertos, rebeldía y caos.
En conclusión la carga de un personaje, el costo de ponerse
un disfraz o un traje que es pasajero, efímero o, que por el contrario, dejarlo
que se vuelve perpetuo, creer más en la ficción que en su realidad, es pasar de
lo sublime a lo ridículo.
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