Calaveras y Diablitos
COLUMNA
Por: LCFB
Hace 26
años, en pleno aniversario de la Revolución Mexicana, el 20 de noviembre de
1989, apareció el “Hoy no Circula”. Una medida “ambiental” que hoy se resume en
molestias, malas decisiones gubernamentales y una crisis en la ciudadanía.
Indudablemente,
al repartir las equivocaciones, quien lleva la delantera, son los gobiernos
locales de la hoy llamada Megalópolis y los funcionarios del nivel federal.
Desde entonces, lo que eran la regencia y después las jefaturas de gobierno así
como los gobernadores del Estado de México no lograron dimensionar el problema,
no lo colocaron en su auténtica dimensión, porque sencillamente imperó más el
aspecto político que el social, ambiental y de salud.
Al
suspender la circulación del 20 por ciento del parque vehicular creyeron que la
muerte de aves, uno de los síntomas que lo hizo voltear hacia el problema, era
lo único que tenían que arreglar.
Entonces,
al igual que en estos días de abril de 2016, lo más fácil y sencillo de normar
y controlar fueron los vehículos particulares (sin contabilizar los autos
oficiales, las fábricas de la zona, los incontables vuelos del aeropuerto o la
generación de gases en los innumerables basureros), y de un solo movimiento
mandaron a descansar, por día, a 400 mil autos.
Las
cifras de aquellos días eran claras: en el área metropolitana cerca de 30 mil
industrias y dos millones de vehículos, en conjunto, lanzaban cada año a la
atmósfera 4 mil 900 toneladas de partículas sólidas, 10 mil de bióxido de
azufre, 48 mil de óxido de nitrógeno, y casi cuatro millones de toneladas de
monóxido de carbono… los imecas llegaban para quedarse.
Bajo
ese escenario, sin consultar a especialistas, desdeñando a los investigadores y
gastando el dinero en la priorización del automóvil (la principal contradicción
del Hoy no Circula) se dejó pasar un cuarto de siglo hasta que el Valle de
México, porque la naturaleza no se equivoca, dijo basta y se apretó,
nuevamente, el “Hoy no circula”.
Vino el
reclamo, con justificación, ante la inoperancia de Miguel Ángel Mancera, Jefe
de Gobierno de la Ciudad de México y, de ahí, la pérdida de memoria de muchos
ante la reacción sombría de Eruviel Ávila Villegas, gobernador del Estado de
México, quien olvida lo que produce el parque vehicular etiquetado como estatal
y las empresas “mexiquenses”.
Sin
contar, las reacciones pocos serias de los gobernadores de Tlaxcala, Mariano
González Zarur; Morelos, Graco Ramírez; Puebla, Rafael Moreno Valle e Hidalgo,
Francisco Olvera Ruiz, quienes desdeñaron sumarse a las acciones preventivas
con la simple visión de que en sus
territorios los niveles de contaminación son menores.
Y atrás
de todos ellos, una información del Fondo Metropolitano del Valle de
México habla por sí sola: en los últimos
10 años se presentaron 573 proyectos y, de ellos, sólo cuatro eran sobre la red
de monitoreo atmosférico, la medición de la calidad del aire y cambio
climático.
Aún
más, de los 33 mil 769 millones que aplicó el Fondo, sólo se invirtieron 7 mil
396 millones de pesos para el transporte masivo que se tradujeron en:
Transportes Articulados del Noriente, la Línea 12 del Metro, el Metrobús
Tacubaya-Tepalcates, la automatización del Tren Ligero, el Metrocable del
Edomex y la rehabilitación de los Centros de Trasferencia.
Para
completar la incoherencia, se gastó 25 por ciento de ese dinero en 150 obras
como puentes viales, deprimidos y rehabilitaciones de calles para los autos;
sin duda, en ello el error es político.
Sin
embargo, estos desaciertos se complementan con acciones como no bajarse del
auto para un recorrido de cinco minutos o pagar el “brinco” en el verificentro,
y ahí los políticos no inciden en nuestras decisiones como ciudadanos, ahí la
ciudadanía debe tener memoria de su acciones cotidianas, porque ya la zona
centro del país necesita de responsabilidad.
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